Francisco Morazán grita a Honduras: “Aún estoy vivo”
Eran las 5:30 de la tarde del 15 de septiembre de 1842 en Costa Rica, veintiún aniversario de la Independencia de la República Federal de Centro América, el sueño de Morazán, como lo fue Colombia para Simón Bolívar. En ese momento el general Francisco Morazán, último presidente de aquella aniquilada federación centroamericana, ha pedido a sus verdugos dirigir el mismo el pelotón de fusilamiento que acabará con su vida. Minutos antes, firme, con su mejor temple, pudo aún consolar a su aliado Vicente Villaseñor, también condenado a muerte por los oligarcas traidores de la Unión. Como un buen padre, le digo pausadamente al descorazonado compatriota, mientras le arreglaba los desordenados cabellos --“Querido amigo, la posteridad nos hará justicia”. Los soldados, inquietos. Conmocionados ante aquel gigante, temerosos de disparar, tal vez agradecieron en el fondo que el propio General pidiera dar el mismo la orden final, porque sólo a él podían obedecer ante aquella hora triste de Centro