Las cizañas de la élite peruana contra el Libertador Simón Bolívar
El hombre de la América del Sur es Bolívar. Se empeñan sus enemigos en hacerlo odioso o despreciable, y arrastran la opinión de los que no lo conocen. Si se les permite desacreditar el modelo, no habrá quien quiera imitarlo; y si los Directores de las nuevas Repúblicas no imitan a Bolívar, la causa de la libertad es perdida. (Simón Rodríguez)
La independencia del Perú significó la emancipación de América del Sur, con Simón Bolívar como figura central de este proceso que obligó a España a retirarse de América y a los realistas criollos a buscar triquiñuelas para acabar con la doctrina bolivariana.
Desde su llegada al Perú en 1823, invitado con insistencia por el congreso de ese país, a sabiendas de que solo el Ejército Libertador podía expulsar definitivamente a los invasores y proclamar un sistema republicano, Bolívar fue objeto de campañas de desprestigio por parte de sectores de la élite peruana, temerosos de perder privilegios coloniales o contrarios a la visión continental bolivariana. En su odio histórico, acusaron a Bolívar de represión, de racismo y hasta falsificaron documentos para desacreditar su legado.
Dicho hasta por los propios europeos, fue el venezolano Simón Bolívar quien conjugó los anhelos libertarios de todas las clases sociales, etnias y naciones, y, sobre todo, encontró la manera de encauzarlos, guiando hombres y mujeres apenas armados, consensuando con generales y caudillos de toda Suramérica, en una demostración de negociador, líder y del oportuno ejercicio del poder político, tan necesario para lograr la unidad ante las adversidades.
Bolívar y la emancipación del Perú
En 1822, el Perú vivía un caos político y militar tras la declaración de independencia. La resistencia realista al servicio del virrey, junto con las divisiones internas, puso en peligro la emancipación. El congreso peruano, conocedor del éxito de Bolívar en Venezuela y Nueva Granada y de su liderazgo político, le pide en 1822 ponerse al frente de la empresa de dar libertad e institucionalidad al Perú. Así Bolívar, autorizado por el Congreso de Colombia, llegó a Lima el 1 de septiembre de 1823.
Con sus estrategias y liderazgo, unificó a los patriotas peruanos para alcanzar las victorias de Junín y Ayacucho. Bolívar dedicó tres importantes años de su vida, al punto de descuidar la conducción de Colombia, a dar al Perú instituciones democráticas estables y a conseguir la convivencia política del sur del continente.
No solo fue Bolívar para el Perú el necesario estratega militar y político, sino que también llevó al país andino su avanzada visión social, expresada en el paradigmático Discurso de Angostura de 1819. Así, en el ejercicio de la presidencia del país en 1825, promulgó decretos revolucionarios que promovieron la igualdad étnica, en especial en un Perú que en tres siglos había visto humillar a la mayoritaria población indígena.
El Libertador ordenó la creación de escuelas indígenas y la distribución de tierras a las comunidades originarias. Estas medidas, como la “Proclama sobre los derechos de los indígenas del 4 de julio de 1825”, buscaban garantizar la igualdad ciudadana y erradicar las prácticas coloniales de explotación.
En aquel decreto dictaba: “Que la igualdad entre todos los ciudadanos es la base de la Constitución de la República” y “Que esta igualdad es incompatible con el servicio personal que se ha exigido por la fuerza a los naturales indígenas, y con las exacciones y malos tratamientos que, por su estado miserable, han sufrido estos en todos los tiempos por parte de los jefes civiles, curas, caciques y aun hacendados”. Bolívar continuó su empeño en la libertad de los esclavizados africanos y sus descendientes.
El marco jurídico bolivariano, su interés por la educación y su lucha por abolir la esclavitud en América echan por tierra las tramas contra el hombre que consolidó las instituciones peruanas y les señaló el camino de la igualdad y la justicia social.
Las falacias de la élite peruana
Las infamias contra Bolívar surgieron de sectores que priorizaban intereses locales o mantenían simpatías realistas. Por ejemplo, José de la Riva Agüero, primer presidente del Perú, que conoció de los desmanes de los virreyes, insólitamente acusó al Libertador de autoritarismo, porque exigió disciplina a los patriotas. Riva Agüero a pesar de presidir Perú, servía a los intereses de los españoles. En aquellos años, no logró desprestigiar a Bolívar, pero dedicó el resto de su vida, hasta 1858, a despotricar contra la innegable obra del caraqueño.
En el siglo XX, escribidores, seguidores de Riva Agüero, como Jorge Basadre y Herbert Morote reforzaron esos odios, a Bolívar en su rol como “dictador” y la creación de Bolivia. Morote, en su libro "Bolívar, libertador y enemigo número 1 del Perú”, lo acusó de imponer una dictadura que sofocó la autonomía peruana. Estas narrativas omitieron adrede el contexto de crisis y la necesidad de unidad frente a la resistencia realista. Señalaron como autoritario a quien exigía disciplina para derrocar trescientos años de saqueo, genocidio, cambio de cultura y opresión española en el Altiplano Andino.
Un intento de enemistar a Bolívar y a San Martín
Una de las tentativas más notorias para desacreditar a Simón Bolívar fue la falsificación de correspondencia entre él y José San Martín. En 1940, Eduardo Lástenes Colombres publicó cartas apócrifas en el libro *San Martín y Bolívar en la Entrevista de Guayaquil, a la luz de nuevos documentos definitivos*. Estas cartas, que se promocionaban como la revelación de lo ocurrido en la Entrevista de Guayaquil de 1822, en verdad, pretendían inventar desacuerdos profundos entre ambos libertadores sobre el destino de Guayaquil y el Perú. Entre los falsos documentos destacaban una carta de Bolívar desde Cali (29 de enero de 1822), otra del 25 de agosto de 1822 proponiendo una confederación, y la respuesta, en una misiva falsa, de San Martín desde Lima (10 de septiembre de 1822), rechazando la soberanía colombiana sobre Guayaquil.
Como respuesta a esta malintencionada campaña, que en su momento recibió un amplio respaldo económico, la Academia Nacional de la Historia de Venezuela conformó una comisión dirigida por Vicente Lecuna, mientras que el gobierno de Argentina armó otra, presidida por Ricardo Levene. Estas comisiones analizaron los documentos y los declararon apócrifos.
Los errores eran evidentes: por ejemplo, Simón Bolívar mencionaba en una de las cartas una inexistente “República de Francia” que en ese momento era un reino, otra carta estaba fechada en Cali cuando en realidad Bolívar se encontraba en Popayán, y las cartas estaban firmadas sin el característico punto en la “i” de Simón. Además, el lenguaje y el papel usado no coincidían con los de la época. Por otra parte, el historiador peruano Rubén Vargas Ugarte señaló que Colombres fue engañado por un traficante; sumado a ello, solo prestó su nombre para la estafa, no escribió el mencionado libro, quien lo hizo un tal José González Alfonso, quien confesó su autoría.
Estas falsificaciones se enfocaban en alimentar un falso nacionalismo, enfrentando a San Martín con Simón Bolívar para disminuir la obra libertaria del venezolano. Como afirmó Lecuna, este fraude buscaba “dividir a dos héroes que lucharon por la libertad de América”. La verdad histórica, respaldada por connotados historiadores peruanos como José Antonio del Busto y Scarlett O’Phelan, demuestra que Bolívar y San Martín compartían un objetivo común, y que las diferencias en Guayaquil fueron estratégicas, no personales.
El legado de Simón Bolívar frente a las falacias peruanas
De entrada, a pesar de las campañas de desprestigio, el legado de Bolívar en el Perú permanece vivo. Su visión de una América unida, sus reformas sociales y su liderazgo en Junín y Ayacucho consolidaron la independencia. Historiadores peruanos como Del Busto, O’Phelan y Víctor Andrés Belaúnde destacan el papel crucial del Libertador en un contexto de crisis, aclarando que la “dictadura” era una figura de mando aprobada por el Congreso de la República como una medida necesaria para garantizar la estabilidad nacional. Sencillamente se otorgaban poderes especiales al presidente de la república para sacar al país de una emergencia nacional, en el caso peruano para lograr la soberanía nacional.
No hacen falta monumentos como la Plaza Bolívar en Lima, cuyo nombre ahora cambió la élite peruana, que controla un congreso nacional, muy distinto al que en 1822 representó los ideales de libertad, igualdad y unidad continental peruana. Hay una nueva arremetida contra la verdad y las ideas unionistas de Simón Bolívar Las calumnias de las élites contra Bolívar reflejan los intereses de quienes temían y aún temen su visión antimperialista y su propuesta de gobernar para la felicidad del pueblo.
Cualquier persona de nacionalidad peruana, colombiana, boliviana, ecuatoriana, panameña, venezolana, americana que estudie la historia de Perú y América sin dejarse engañar por falsos testimonios escritos o en las redes sociales comprenderá la inmensidad de Bolívar. No faltará quien lo niegue y contraataquea, pero Perú se hizo libre y republicano gracias al trabajo de tres años de sacrificios y entrega de Simón Bolívar. Su herencia, lejos de ser empañada, brilla como un faro de libertad y unidad continental.
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