Estresada la Plaza Bolívar
Reinaldo Bolívar
Mientras el Presidente Nicolás Maduro se
dirige entre los acordes marciales a presentar su mensaje anual ante la
asamblea Nacional Constituyente, en la Plaza Bolívar, una música diametralmente
opuesta suena a toda corneta. Al principio de la mañana, parecía natural para
que mientras llegaba y esperaba la multitud se entretuviera. Poca música contestataria,
en realidad, ni siquiera venezolana o caribeña. Es estresante.
Tenemos cierto tiempo atendiendo trabajos en
un edificio aledaño a la Plaza Bolívar, o muchas veces estábamos en la Casa
Amarilla. Si bien una Plaza Bolívar es un escenario de encuentro político, a veces festivos, también lo es para la
reflexión y la contemplación. Para la confluencia de niños, niñas, artes
escénicas, o el silencio que muchas veces se extiende a un templo o iglesia. En
sí una Plaza Bolívar es un teatro, una tribuna, y sobre todo un templo popular.
Si José Martí volviera a la Plaza Bolívar
El
21 de marzo de 1881 “Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin
sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino
cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar”.
Imaginamos a la ¨Plaza en su fase
de templo, de casa abierta para el viajero cansado pero lleno de espiritualidad ante el suceso de estar frente a la representación del más
grande hombre de América.
Hoy
en día sería muy difícil conseguir ese momento de solaz en la plaza, que antes
era cuidada además, de oficiales, por los llamados “Edecanes del Libertador”,
adultos mayores que iban heredando naturalmente la custodia y que con sus
historia entre reales y fabulosas recreaban el devenir de la Caracas Gloriosa.
Palomas, Ardillas y
Perezas
Las palomas, aún se resisten a abandonar el
lado oeste, en el pasillo que da a la Casa Amarillas, algunos infantes, cuando el
escandalo electro acústico y a toda hora de la Plaza se los permite, les dan de
comer.
Unas ardillas oscuras, sustituyeron a las otrora
marroncitas que iban de tronco en tronco y competían en atractivo con un par de
pereza que de cuando en vez se dejaban ver con sus sonrisas de monalisa.
Cuentan que las ardillas rucio moro emigraron en búsqueda de mayor
tranquilidad, tal vez una noche hacia el Paseo El Calvario (arriba). Alguien
introdujo las oscuras que también huyen del mundanal ruido, y se pegan al
último árbol de la esquina de Gradillas. Todos los pajaritos se fueron de la
plaza. Ya no hay trinos matutinos.
De las perezas nunca más se supo. Tampoco
de los alegres edecanes del Libertador. Les quitaron los bancos, en función de
más espacio para que la Plaza Bolívar privilegiara los actos masivos, en desventajosa
competencia con las plaza Diego Ibarra y la Caracas. La Plaza Bolívar está
estresada.
Necesario es recuperar su equilibrio de
espacio multi uso pero sin abusos. No puede ser un espacio continuo de
agitación (salvo la esquina caliente), ni de concentración política, ni de
espectáculos musicales. Además de ello, los José Martí de hoy necesitan un
momento para acercarse a honrar al Bolívar ecuestre, siempre presto al combate;
los más pequeños la requieren para correr alegremente detrás de las aves, para
ver de nuevo las ardillas originales, y de ser posible una pereza mirándolos.
La quisieran los abuelos para sentarse en los bancos, con respaldar, a
recrearnos tanta gloria caraqueña.
Que haya de todo en la Plaza, hasta una
fiesta de fin de año, una ofrenda floral, una banda marcial, un grupo de
cámara, un mitin político, una encuentro revolucionario, pero que no deje de
haber cada día, un trascendental momento contemplación, de reflexión.
Parafraseando a Ali Primera ¡Vida para los pájaros!
¡Qué regresen los pajaritos!, las ardillas rucio moro, las perezas, los
viejitos, los bancos con respaldar, los
niñitos, las cotufas, los algodones, la música de retreta.; la meditación
¡Desestresen a la Plaza Bolívar!