El 2 de diciembre tuvimos la oportunidad de acompañar al Presidente Hugo Chávez a una de sus variadas inspecciones a los refugios.
La ocasión se presentó porque el Presidente decidió recibir al expresidentes de Ghana, Rawling, en pleno trabajo de campo.
Llegó manejando un vehiculo rústico a la Casa Amarilla e hizo subir al invitado africano, al Canciller Maduro y mi persona a la camioneta. Chávez conducía. Imaginen lo que costo salir de la Plaza Bolívar. Centenares de personas se habían enterado de quien era aquel peculiar chofer y rodeaban el carro.
En la medida que se desplazaba el vehiculo por la Avenida Urdaneta y Sucre las personas que reconocía al conductor Chávez o reaccionaban incrédulas y apenas gritaban “Chávez”, o se dirigían al auto a ver si siquiera lo tocaban. Y ¡Oh sorpresa!, el detenía la camioneta y entablaba un dialogo rápido y sensible.
Era un día de lluvia. Llegamos a Gramoven y el Comandante conversó con la gente refugiada y en ellos animó a todos los damnificados del país. Era una asamblea popular con el Presidente. Siempre enérgico, regando esperanzas y alegría.
De allí nuestro experto conductor hizo peripecias para salir en medio de multitudes que ahora lo aguardaban por todas las calles, como en una gran marcha. Un pueblo amoroso, nadie golpeaba al vehículo. Se dirigían a Chávez con cariño y respeto. El se multiplicaba para escucharlos o los remetía a los ministros que estaban allí cerca. Solucionar era la consigna.
Después tomó el autopista y subimos a Ciudad Caribia. En la empinada y resbaladiza cuesta maniobró hasta legar a la cima de la bella ciudad. Unos cuantos tuvieron que conformarse con esperar abajo. Chávez supero los obstáculos, se mezclo con el pueblo. Un gran piloto siempre alcanza las metas que se propone por difíciles que sean.
Palante Presidente Chàvez.
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