La participación electoral en las democracias occidentales tiene sus
bemoles, de acuerdo a la circunstancias o elección al que se acuda.
Dos elementos son perfectamente medibles y muy apetecibles para el
debate político, cuales son la abstención y la polarizaciòn.
La abstención occidental pocas veces responde a una estrategia partidista.
Sencillamente, la gente no participa por motivos múltiples como el desinterés,
mal funcionamiento de la maquinaria, falta de temas atractivos, campañas poco
creativas, escasez de centros electorales.
Salvo en el referendo neoliberal de Colombia en 1999, cuando un grupo
llamó a abstención activa, esta no ha representado una opción. En aquella
oportunidad, se votaron 19 preguntas, y para aprobarlo cada una debía tener 75%
de participación. Un grupo pidiò a no votar y la abstención activa derrotó al
neoliberalismo en Colombia.
El segundo elemento, se ha hecho casi una condición en los países
occidentales: la confrontación electoral entre dos opciones. Bien sea de
izquierda o derecha, como viene sucediendo en la nueva ola de revoluciones de América
del Sur y Nicaragua. O bien, entre tendencias de una misma ideología, como es común
en la derecha, tal como los casos de EEUU, España, Colombia y un buen numero de
países de occidentales.
La democracia se va perfeccionando en estas luchas eleccionarias y sus
resultados no reflejan mitades de divisiones, sino que un país decide dirimir
sus diferencias políticas por medio del mecanismo electoral, que siempre
ofrecerá una nueva oportunidad al perdedor y al propio ganador.
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