Ha sucedido de nuevo, el año pasado le tocó al joven afro Trayvon
Martin, cuando un ciudadano caucásico lo asesino a sangre fría y luego alego
defensa propia. Un jurado amallado falló a favor del asesino. Miles de
estadounidenses, en su mayoría afro se echaron a las calles. El Premio Nobel de
la Paz, de piel afro y alma armada, tuvo que decir unas hipócritas palabras
para calmar los ánimos de lo que estuvo a punto de convertirse en una rebelión
civil. Me creerán exagerado. Por supuesto, la gran prensa apenas habló de ello,
Y normalmente la pequeña prensa replica a la grande.
Ha vuelto a suceder.
Han matado a otro joven afro estadounidense, su nombre es Michael Brown.
Esta vez la policía. El argumento, casi de fantasía: el joven le iba a quitar
el armamento. Si hay algo casi imposible en EEUU es que un civil desarme a uno
de esos enormes gendarmes. Otra vez, millares de personas se concentran en parques, plazas para protestar otra muerte contra un afrodescendiente, para así drenar la rabia que puede conducir a escenarios no deseado de violencia.
El Times Square de Nueva York colapsó tras una abrumadora
marcha como no se veía desde los años 1960. La consigna “Manos arriba, no
dispare” retumbo en 35 estados de la Unión. En ciudades como Washington y
Chicago. Varios días de protestas y represión policía sacuden al Estados Unidos
que gobierna el afro Presidente Obama.
Tal vez, las aguas vuelvan a su cauce. Pero de seguro,
seguirá creciendo la cuenta del descontento social en un país que se está
convirtiendo en una olla de presión.
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