Lo
que más me aterra del golpe parlamentario en Brasil es que Estaba “cantado”.
Desde
el mismo momento que Dilma Rouseff triunfo en la segunda vuelta electoral de 2014,
cuando la derecha pensaba que ganaría, se activaron todos los mecanismos para
destituir a la Presidenta, a través de un “golpe no convencional”.
En
plena Copa de Fútbol 2014, un logro para Brasil de Dilma Rouseff, las capas
acomodadas del país fueron usadas para crear la salsa mediática del
descontento.
Hasta
del regreso de las glorias deportivas se ocupó Dilma. En Julio de 2016, sin
ella, pero gracias a ella, por primera vez en Sur América, se realizan unas
Olimpiadas.
Bien
sabían los estrategas del derrocamiento que no podían repetir la fórmula contra
Joa Goulart en 1964 que sumió a Brasil en 20 años de cruenta dictadura militar.
Los
13 años en el poder, por la vía electoral de Lula Da Silva y Dilma, llenaron a
la sociedad brasileña de logros materiales, desarrollo económico y tecnológico
y una posición internacional jamás imaginada por un país cuya población
centraba su proyección en el vibrante carnaval y en su alicaída selección
nacional de fútbol. Por tanto, un golpe militar estaba descartado. Aprovechar un Congreso con mayoría de derecha
y la eventual traición de los partidos de la alianza sería la jugada maestra.
Desde
octubre de 2015, cuando el delincuente que presidía la Cámara de Diputado
comienza el “impeachment”, todo estaba montado. Las cuentas debidamente
sacadas; la traición del Vicepresidente Temer y su partido contabilizada. Y el
aparato comunicacional arremetiendo con toda su intensidad en papel, pantallas
y redes sociales, fracturando la baja capacidad que tienen las fuerzas
progresistas en esta área.
Golpe
consumado. Decenas de declaraciones antes durante y después. La inocencia
política de convertir en “casi normal” una acción contra la voluntad de la
mayoría, cuya lección ya se conoce por lo sucedido en Paraguay y Honduras,
donde todos terminaron aceptando la ilegalidad, legitimada por elecciones de
origen fraudulento.
“Guerra
anunciada no mata soldado”. Es un deber
revolucionario abortar todo intento golpe de estado, jamás dejarlos tomar
cuerpo. Es una necesidad de
sobrevivencia de los logros y las esperanzas explicar con el nivel de alarma
que esto amerita, al pueblo en qué consisten estos golpes leguleyos, quien está
detrás y por qué. Hablar claro de las carencias que vendrán a los más pobres
cuando se instale el neoliberalismo.
En
Brasil, en un ejercicio de burla al voto popular que vio en el Partido de los
Trabajadores, la manera de favorecer a las masas populares y de integrarse a
las corrientes progresistas de Nuestra América, el gobierno de facto ha
designado Canciller precisamente al ex candidato presidencial que se enfrentó a
Lula y a Dilma, un individuo que representa lo más rancio del neoliberalismo y del
odio a los valores históricos. Brasil en 2002, 2006, 2010 y 2014 votó por la
paz, el bienestar, la inclusión, la unión de los pueblos. No por lo que hoy le
impone a trocha y mocha, no por el regreso al pasado.
Pero,
los golpes difícilmente se revierten desde afuera, es la acción nacional la que
los acaba. Compatriotas he aquí la fórmula: “Solo el pueblo, salva al pueblo”
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