La destrucción del sistema multilateral es el
principal objetivo de la política exterior de los Estados Unidos de
Norteamérica.
Cuando Hugo Chávez concluyó su obra
fundacional de ALBA, UNASUR y CELAC, y consiguió que Venezuela entrara como
miembro pleno del MERCOSUR se prendieron las alarmas en el norte: ¡Están
haciendo realidad el sueño de Simón Bolívar!, gritaron.
La integración que regía en el mundo, era
solo una orden dada por el Consenso de Washington, consistente en la aplicación
de las medidas neoliberales por bloque de países.
La OEA fue creada para garantizar que los
dictados liberales y neoliberales se aplicarán país a país, pero sobre todo
para evitar uniones ya sea federales o políticas como el la República de
Colombia fundada por Bolívar, o como la República Centroafricana de Francisco
Morazan.
De tal forma que la OEA, fundada en las
conferencias separatistas llamadas americanas no ha tenido entre sus objetivos
la unión política, ni la defensa mutua, ni el crecimiento económico con
desarrollo. La OEA tiene como misión principal la de mantener la buena conducta
de sus estados miembros. Y eso va de acuerdo a las doctrinas vigentes en United
States of America (USA), como prefieren decir los gobernantes del Grupo de
Lima. Por ejemplo, en los 50 y 60, USA prefería gobiernos dictatoriales de
corte militar para garantizar “su mundo libre del comunismo”. En América esos gobiernos actuaron con saña y
terror a través de la “operación cóndor” para acabar con cualquier vestigio de
la izquierda. La OEA daba para ello el marco jurídico internacional.
La doctrina anticomunista a escala mundial
cambio en 2001 por la doctrina anti terrorista para acabar con los estados
árabes de África y Asia, en la intención de dividirlos al máximo.
Pero en Nuestra América, con la llegada de
Presidentes vanguardistas al poder como Hugo Chávez, Lula Da Silva, Cristina
Fernández, Dilma Rusef, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Fernando Lugo, Daniel
Ortega, Manuel Zelaya, Evo Morales, Nicolás Maduro se reinstaló la doctrina
anticomunista.
La OEA, entonces, ha vuelto a ser el arma
perfecta para decir quien encaja o no en el libreto doctrinal de lo que es
democracia para USA, que la usa.
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