De George Floyd a la guerra total contra el sistema mundial imperante
Cuatro jóvenes blancos y uno negro, ruedan por las calles de Bristol la pesada estatua de bronce del esclavista inglés Edward Colston, a la que poco antes habían derribado de su pedestal.
Una multitud de personas, en su mayoría blanca, aplaude a rabiar cuando la descomunal escultura cae al lago, Con ella cae también el velo de una historia europea que premió al esclavismo por siglos. Colston es el emblema de una Inglaterra que en los siglos XVI, XVII y parte del XVIII apoyó con sus barcos el tráfico esclavista, y que llevó esclavizados de África para sustituir a los originarios muertos o desterrados del Caribe Insular.
Colston es el símbolo de aquellos que invierten sus fortunas de sangre en limosnas como construcción de hospitales y templos. Imagen de una Gran Bretaña que se ha negado a reconocer el genocidio indígena y africano cometido en esos siglos, por lo que no acepta reparar el daño histórico causado. Todavía sus gobernantes contratan asesores que sostienen que las personas negras son “intelectualmente inferiores”.
Derribar estatuas es un poderoso símbolo de cambio. En 2004, la de Cristóbal Colón fue juzgada y arrastrada en Caracas para dar el mensaje de liberación del yugo colonial. Si “300 años de calma no bastan”, 500 son absolutamente insoportables. Sin embargo en Venezuela todavía quedan sitios públicos con nombres que retrotraen al sometimiento y genocidio que trajo consigo la colonia, verbigracia la principal autopista de Caracas, en cuyas postrimerías como reviviendo un río sangriento de memoria histórica, fue quemado por los herederos de la opresión, el negro Orlando Figuera.
Casi a la misma hora, de ese día 7 de junio de 2020, año primero del Coronavirus, en la ciudad de Ghent, Bélgica, la escultura del rey Leopoldo II, era pintada y quemada, por un grupo multiétnico de manifestantes que se unía así a las protestas por el asesinato de George Floyd en EEUU. De esta forma, se adelantaban a la decisión de la alcaldía de Bruselas, solicitada por más de 30 mil ciudadanos, de retirar todas las estatuas de Leopoldo II de la llamada Capital de Europa.
Leopoldo II fue el bárbaro rey belga que se apoderó de los territorios del Congo, y en unos 20 años exterminó a 10 millones de africanos, e hizo cortar la mano a un número igual, como sanción por no llevarles a sus esclavistas “caucho”. Fue también el promotor principal del cruento reparto europeo de África en la conferencia de Berlín (1884-5)
Los videos de la mega marcha en Washington muestran a decenas de miles de personas negras, blancas, asiáticas, latinas en gran unidad étnica, demandando justicia, libertad e igualdad. El negricidio contra George Floyd no solo levantó a la negritud, a la afrodescendencia, sino también a todos los “condenados de la tierra” (Fanon), a “los miserables” (Víctor Hugo).
Floyd encendió la llama de una sociedad oprimida, marginada en un país donde la supremacía es ejercida desde su misma fundación optando por el genocidio como instrumento de expansión. Primero los pueblos originarios, luego los pueblos vecinos, y una vez abolida formalmente la esclavitud, y ante el peligro de un crecimiento “amenazante” de la población, el exterminio de la negritud.
A primera vista pareciera que el 13% de la población estadunidense, la descendiente de esclavizados africanos, se ha levantado para exigir el cese de la violencia y la restitución completa de sus derechos civiles, jurídicos, económicos y políticos, tal como lo han hecho en otra oportunidades, en especial en la guerra de secesión, cuando Lincoln apabullado por los hechos quería enviarlos a Liberia, porque no soportaba que fueran “tan iguales a los blancos”, o en los recientes años 1960, cuando miles cayeron abatidos por las armas del segregacionismo yanqui. Hoy en día, la lucha sigue teniendo las mismas razones.
Los pasos para “incorporar a las minorías”, consisten en hacerlo desde la posición jerárquica, la del “si te nombro, y te creo un cargo existes; además te otorgo un día internacional, un decenio, ergo no soy racista”. La cuestión es más profunda, la igualdad, la equidad son integras, recíprocas, por múltiples vías y sin jefaturas hereditarias.
Las protestas del 19 de abril de 1992 en Los Ángeles, por la muerte del taxista negro Rodney King a manos de la policía, dejaron saldo de unas 100 personas muertas y 12 mil detenidos, todos afro; luego en 1996 la policía mató a sangre fría a Tyron Lewis de 18 años; en 2001, a Timothy Thomas, de 19 años, bajo el mismo método, y por agentes caucásicos. Hubo protestas afro pero la situación sigue siendo la misma. En 2009, con Obama en el poder, matan a Oscar Grant, de 22 años. En 2012, Trayvon Martin de 17; en 2014, Eric Garner, asfixiado por un policía y al mes siguiente, Michael Brown.
Los ocho años de un presidente negro en la Casa Blanca no dieron los resultados esperados por una buena parte de la población afro cuyos derechos humanos están siendo diezmados en EEUU. Algunos pasaron por altos puestos militares, políticos, económicos y diplomáticos, muchos obtuvieron mayor notoriedad en el mundo de la farándula y en los deportes, pero la escena al parecer empeoró y el escenario se perfilaba similar a los tiempos de la guerra de secesión.
Así una sucesión de muertes impactantes que no han parado y que en los tiempos de Trump pasan por Breonna Taylor, entre otros, en la primera mitad de 2020 y nos traen hasta George Floyd, siendo constantes los excesos y abusos de las fuerzas del orden básicamente hacia la población negra aunados al encubrimiento, amparo y absolución de los culpables. Subrayable también el hecho de que estas muertes son ocasionadas con más frecuencia contra la población joven, en plena edad activa, creativa y reproductiva, es decir, asesinan materialmente el futuro del negro en Estados Unidos. Le asestan certeros golpes a la curva de crecimiento demográfico de los descendientes africanos, tal como exterminaron al 60 % de la población negra durante 300 años, una aterradora limpieza étnica, muy en sintonía con el miedo de los racistas a perder la mayoría poblacional en 2050.
Sin el esclavismo, la población africana hoy, rondaría los 2000 millones de habitantes, y sin el genocidio, la nuestroamericana, los 800 millones. Ese genocidio también incluyó la desaparición de avanzadas culturas y tecnología que estaban en constante evolución, algunas iguales o superiores a las del resto del mundo. Los trescientos años de calma, fueron en realidad trescientos años de vacío y estancamiento tecnológico para las culturas áfrico – americanas,
¿Ahora bien, qué hace tanta gente caucásica y no negra en esas protestas? ¿Puede el 13 % de la población hacer temblar al gobierno corporativo de EEUU? Porque estemos claros, no se trata de quién sea presidente de la potencia del Norte.
Trump ha continuado la misión de detener el crecimiento de la población no caucásica, en un desesperado intento por evitar lo inevitable: en el 2050. Según proyecciones demográficas, la población blanca será minoritaria frente al conglomerado de los otros grupos étnicos que, de unirse ante la discriminación, desplazara del poder político a los tradicionales demócratas y republicanos.
La campaña de este hombre de color naranja en 2015 consistió en conquistar a los blancos pobres, y hacerles sentir que los migrantes les están quitando sus puestos de trabajo. Que un blanco bien puede trabajar de camarero, vendedor, plomero y heredar a sus hijos un futuro mejor, en el que los negros ocuparían esos puestos laborales indeseados, mientras la tecnología se desarrolla y también desplaza a esta clase indeseable, en sintonía con la teoría del “horror económico” (Forrester), en donde por el rápido camino de la tecnología para el trabajo, cada vez harán falta menos “pobres en ascendencia” para cargos en el sector servicios, finanzas, agricultura. Se le aceptará solo en los cuerpos policiales y de seguridad, y de seguro con las condiciones de los años anteriores a 1960.
La estrategia de colocar a los oprimidos del capital como “carne de cañón” en las guerras, también quedará de lado, por el desarrollo de tecnología militar. Como ejemplo, los drones y los aviones no tripulados; no están nada lejos los robocops para sustituir efectivos policiales. Los pobres cada vez son menos necesarios para hacerse rico. Pero, de manera insólita y causando desesperación en círculos hegemónicos, sigue creciendo su número en el Norte y esto se convierte en una amenaza política para conservar el poder, incluso porque también está sucediendo en los pobres países del Sur.
A primera vista, parecía una nueva ola de protestas negras, afroestadounidenses, apoyadas por algunas ciudades europeas en las cuales se han flexibilizado las cuarentenas –los manifestantes llevan en su gran mayoría tapaboca, lo cual indica su nivel de organización y conciencia-- Pero una ojeada por años de historia mundial nos da importantes indicios de que no todo es tan blanco y negro.
Las protestas contra el G7
El Grupo de los 7 (G7) es el club del país económica y militarmente más fuerte, peligroso y agresivo de Occidente (o del Norte, según se vea); lo conforman, según su PIB, Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá. Anualmente realizan una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno en la cual dicta las pautas EEUU.
En los últimos años las rebeliones contra estas reuniones son cada vez más multitudinarias, por lo que cada gobernante del país que alberga el encuentro, debe hacer un despliegue de fuerzas policiales, militares y prohibiciones tipo toque de queda para intentar controlar el clamor anti neoliberal de las miles de personas de los movimientos sociales que de todas partes de Europa y Norteamérica van a decirle a los 7 mandatarios que ya basta de esta manera de gobernar al mundo. La presión popular es tan fuerte que las cumbres se realizan en los lugares más apartados y de difícil acceso.
La del 2019, se hizo en el lejano sitio costero de Biarritz (Francia). Hasta allá llegaron unas quince mil personas para protestar contra las políticas económicas y climáticas aplicadas por las principales naciones industriales del mundo. Los videos y fotos de las agencias noticiosas, muestran que los había de todo el espectro étnico del “del pequeño género humano” (Simón Bolívar), blancos, negros, indígenas, asiáticos, oceánicos, mezclados, mujeres y hombres y mucha gente joven. En esa ocasión una bien apertrechada policía lanzó sofisticadas granadas de dispersión sobre la multitud. El capitalismo podrá no gastar mucho en vacunas contra enfermedades físicas endémicas, pero no repara en invertir en costosos armamentos “solo mata pobres”.
En junio de 2018, en Quebec (Canadá), cientos de policías rodearon a la multitud de manifestantes que con la consigna “El G7 no nos representa” intentaban llegar al sitio donde se realizaría la 44° cumbre capitalista. Como siempre, los jefes de gobierno fueron parodiados con gigantescos títeres, un emblema propio de las protestas mundiales contra el G7 que indica que se trata de un ideal común, de una idea fuerza que recorre la humanidad.
En 2019, el alza del combustible y los impuestos en Francia fue el elemento detonante que puso en escena a los Chalecos Amarillos, un inmenso grupo de gente asalariada cuyo poder adquisitivo muchas veces no le alcanza para vivir en el país de Macron. Las protestas que comenzaron siendo de clase media, rápidamente se extendieron a la clase baja, a los más empobrecidos.
La represión gubernamental rápidamente apareció para amedrentar y perseguir a los organizadores. Los Chalecos Amarillos, constituidos por todos los grupos étnicos cuyo principal vínculo es la creciente miseria y exclusión, se extendieron a países vecinos como Alemania, Italia, Bélgica y España. Las calles de Francia en 2018, incluyendo los Campos Elíseos, conocieron el calor del fuego real de la protestas de los miserables multicolores que pululan por doquier en un país que aún sigue vendiendo como imagen las luces de una vieja torre de hierro.
Ya en España entre 2011 y 2015 los Indignados y el Movimiento 15 M, habían sacudido los cimientos de un modelo neoliberal que deja en la calle a decenas de miles de españoles y migrantes, las coloridas imágenes fotográficas en la Plaza del Sol son testigos de la confluencia de nacionalidades que protagonizaron aquellas “sentadas”.
En Nuestra América, jugando parte de la periferia de los centros de poder capitalista, se genera también resistencia al neoliberalismo. En 2019, la gran prensa no supo cómo titular el día en que los jóvenes en Santiago de Chile, se negaron a pagar el alza del pasaje del metro. El país se convulsionó cuando el pueblo puso en jaque a un modelo de concertación política que solo beneficia a los aduladores del capitalismo. En Ecuador, multitudes de obreros, indígenas y mestizos se alzaron contra un gobierno espejo del neoliberalismo.
Se registraron levantamientos populares en Costa Rica, Panamá, Republica Dominicana, Perú, Colombia, cada uno ocultado por las corporaciones mediáticas.
El miedo al coronavirus había puesto una pausa a todo esto, pero ya los manifestantes toman sus previsiones sanitarias –tapabocas mediante--, para no seguir dándole ventaja a un capitalismo que transformó el virus en un arma que contribuye a lograr su perverso objetivo de “aplanar la curva” de crecimiento demográfico de los innecesarios pobres negros, latinos y migrantes africanos y asiáticos.
¿Quién dirige estas revuelta? ¿Por qué no toman el poder?
Queda claro, que las protestas trascendieron las fronteras de EEUU y se replican principalmente en los países que lideran el modelo neoliberal. El denominador común es la pobreza, es una lucha de los oprimidos. Es una batalla sostenida que en oportunidades tiene detonantes focales que se hacen universales como los asesinatos de personas negras, de jóvenes, estudiantes, mujeres, indígenas, activistas de derechos humanos o de la naturaleza.
En Ecuador y Chile pudo pensarse que los gobiernos de turno caerían, pero no fue así. Algunas especulaciones sostienen que ha sido por falta de liderazgo. Razonamiento lógico dado que la historia siempre ha puesto al frente de las luchas a hombres, mujeres, entornos o partidos políticos, y hasta así lo recomiendan las tesis de izquierda.
Una lectura diferente se desprende de estas ya estructurales luchas por el cambio, cual es la de no conformarse con una rotación de élites en el poder (M Weber), sino cambiar estructuralmente todo el modo de ejercer el poder y entregarlo a la comunidad, comuna, cumbe, colectividad. Cultivar ahora lideres o lideresas sin la completa comprensión de que el vivir bien no depende de una persona o un partido parece ser lo que subyace en todo esto. No “cambiar para que nada cambie”, sino cambiar desde la raíz a la última hoja, “en pensamiento, palabra, obra y omisión”.
Por ello, las rebeliones han evolucionado, ya no son sectorizadas, porque al final es fácil acallar a un sector, por las balas o por la compra de voluntades, y para ello el capitalismo tiene divisas y bienes de capital destinado a matar o comprar conciencia. Con su creatividad y con sus necesarias explosiones de ira popular se están convirtiendo en el instrumento de formación general para garantizar la unión de los pobres “el proletarios del mundo uníos” (Marx), el “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar” (Martí), “el bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de la tierra” (Cristo), el “somos un pequeño género humano” (Bolívar), en suma el bien conocido “unidad en la diversidad, diversidad en la unidad” (Tantular).
Esta no es solo una guerra racial, está es la guerra de los que viven bajo opresión, cualquiera sea su color de piel, religión, sexo, diversidad, contra un estatus quo neocolonial y neoliberal que se disfraza y se amolda con discursos y migajas de comprensión. Es la guerra para erradicar los viejos patrones de dominación, para descolonializar, pero sobre todo para desneoliberalizar la humanidad.
Esta es la sostenida jornada mundial de la esperanza activa, no para poner en el poder a un grupo, es una jornada mundial del amor por la humanidad humana (A. Primera) para ejercer entre todos y todos, el poder que da bienestar a todos y todas. Una larga marcha que avista la recta del desenlace, donde nadie se cansa.
Ejercer el poder público total, en cada espacio y tiempo. En los órganos legislativos, judiciales, ejecutivos; en los estados, departamentos, provincias; en las alcaldías, cabildos, comunas, cumbes y quilombos, universidades, escuelas, cuadras, veredas y familias. Y claro está, en los organismos multilaterales que solo son reflejo de lo que ha de cambiar para hacer posible un mundo en el cual se pueda respirar bienestar y paz.
A rodar todos y todas y hacer caer al abismo del no regreso a las pesadas estatuas mentales que no quieren dejar ver lo que el pueblo viene mirando hace años.
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