Con el Tratado de Tordesillas (fines del S XV), el Vaticano “vicarios de Dios”, por tanto “administradores de sus bienes” dividieron a America, una parte para España y la otra para Portugal.
Se repartían tierras, mares, hombres y mujeres. Invadieron con la venia del Papa. Sus cruces y banderas blanco amarillas llegaron a la costa, luego fueron sepultando la esplendida arquitectura originaria. El evangelio se impuso a sangre y fuego, De África trajeron a personas para esclavizarla, pago por ser bautizados y salvar el alma. La iglesia católica bendijo los holocaustos más grandes que conozca la historia.
Hace doscientos años, la jerarquía maldigo a los republicanos de Venezuela por enfrentarse a los reyes católicos. Venezolanos como Juan Germán Roscio se le enfrentaron con las armas de la teoría y el catecismo anti despótico. Comprendían que la bandera católica era el arma para trasculturizarnos.
Esa jerarquía y su soldadesca estarían al lado de la ultraderecha en la dictadura franquicia, en las dictaduras militares de derecha en Suramérica. Pocas excepciones. Insólitamente, países como Venezuela, en los años 60 se ataron a la iglesia católica, aún siendo un estado laico, el Nuncio Apostólico es el decano del cuerpo diplomático y no el embajador o embajadora más antiguo. Los sacerdotes parecieran poseer una doble ciudadanía (vaticana y venezolana), y los privilegios que obtienen del estado son pocos comprensibles. La iglesia, la que debió heredar la comunidad de los Apóstoles de Cristo, vuelve de nuevo, como en la Unión Soviética, a cargar contra las aspiraciones del pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario