El
28 de octubre se definió en la ONU, una nueva batalla contra los
derechos humanos.
El
país con la constitución nacional más avanzada del mundo, y el de
los primeros en cumplir las metas del milenio en la práctica de
derechos humanos; el más atacado, con una oposición que no depara
en matar y hacer atacar con operaciones económicas y sicológicas a
la población; el país cuyo gobierno, a pesar de ser asaltado con
acciones terroristas, no ha suspendido jamás las garantías y trata
a los enemigos de la Patria
con dignidad y respeto; el
país donde los privados de libertad lo están por sus llamados a
delinquir, por la quema de instituciones, colegios y universidades,
ese país derrotó de nuevo a la gran maquinaria mediática
internacional.
Derrotó
a clubes de ex presidentes que en su momento pisotearon a sus
electores; derrotó a ONG que con la bandera de derechos humanos
están al servicio del mejor postor para quitar gobiernos de
vanguardia; derrotó a manipuladores de masa; a voceros del norte
donde los derechos civiles están reducidos a elites y barrios ricos,
mientras los pobres no pueden siquiera ir a un hospital público. Dió
una nueva lección a los lacayos que quieren ver a la Patria como un
un protectorado, saqueada por el norte.
La
bandera de los derechos humanos, tal como la concibe occidente es
una arma para moldear conductas, que no de no aceptarse acarrea
invasiones, bombardeos, guerra económica, golpes legislativos,
magnicidios. Por ello, el que la Venezuela Bolivariana sea reelecta
es un triunfo para la humanidad que quiere cambiar este estado de
injusticia internacional que aún quiere perpetuarse.
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